Tan falto de amor, te hice para mí; mejillas de pálido rosa, suaves como el algodón de azúcar. Contrastan con el amoroso caos y el peligro en el que me ciernes y desbordas. Recuerdo vagamente tu rostro, vagamente se diluye como mi enturbiada mente. Acaso te conozco de vidas pasadas, o eres el collage de todo lo que está bien en una mujer. Quién lo entendería, si soy solo yo el que lo sufre… El que se balancea entre el orden y el caos de tus visiones. Sea cual sea la forma que tomas, avivas el ardor de un fuego que ya no quema. ¿A dónde tratas de llevarme? Por qué hacer de mi un miserable poeta, por qué acaricias a mi durmiente oveja negra, si no eres más que una mentirosa ensoñación que al pasar de las horas se olvida, y vuelvo a estar solo conmigo mismo y con el deseo de que existas…
Me desvistes con lujuriosa malicia, odias lo trajeado y me lo quitas. Manoseas con maldad mi corbata y la arrebatas, haces saltar los botones de mi blanca camisa, pantalones vuelan en libre frenesí y lo que queda de mí con pudor lo escondo, pero tu rostro se deleita como si lo que viera fuese un delicioso manjar con el cual hartarse hasta la saciedad. Soy tu dulce postre desnudo, tu niño en busca de una madre, la oveja que ha escapado del pastor, un adicto hambriento de tu sutil y distante amor.